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El 6 de junio de 1985, en el sanatorio Almirante Brown de la calle Mendoza Sur al 612 de la ciudad de San Juan, moría Ágata Cruz Galiffi. Tenía 68 años y, desde que nació en Gálvez, provincia de Santa Fe, el 14 de julio de 1916 y hasta ese día de su fallecimiento, se la conoció como la Flor de la Mafia.

Algunas versiones imposibles de corroborar dicen que, de paso por Mendoza y tal vez en 1937, ella y su gente se tirotearon con la policía provincial en Rodeo del Medio, donde la mujer había hecho una escala antes de seguir viaje. Sí es un hecho es que fue una mujer bella y peligrosa, hija de Juan Galiffi, más conocido como Chicho Grande, que entre las décadas del ’20 y del ’30 hizo que a Rosario se la llamara la «Chicago argentina».

En la última etapa de su vida, Ágata había comprado y explotado una imponente finca en Caucete, pero cuando murió ya poco quedaba de ella y vivía en un departamento en 9 de Julio y Caseros de la capital sanjuanina. Algunos aseguran que su padre también había adquirido y explotado alguna propiedad en el Sur mendocino.

Hay pocos testimonios directos que pueden contar algo sobre la vida de la Gata, como también la llamaban. Uno es el de Guillermo Verón (53), su yerno, casado con Karina, que era hija adoptiva de Ágata y única heredera de su leyenda. En enero de 2016, Guillermo estaba preso y a punto de terminar de cumplir una condena por estafa en el penal de Chimbas, en San Juan. El hombre estará ahora viviendo en Mar del Plata con su mujer y sus seis hijos.

«Nunca me negó su pasado, siempre me contó sin tapujos todo, desde el robo al Banco Nación de Tucumán por el que estuvo presa hasta las mentiras que se decían de ella», contó Verón en una entrevista que le otorgó al diario Tiempo de San Juan, cuando todavía estaba en prisión.

La Flor

Ágata se casó cuando tenía 19 años y se separó poco después, sólo para formar pareja con Arturo Pláceres, un hombre de abultado prontuario.

En el libro Historias de la mafia en la Argentina, del escritor y periodista rosarino Osvaldo Aguirre, se cuenta que la Gata intentó reorganizar la mafia nacional. «Los elementos viejos de la camorra fueros remplazados por Ágata con elementos jóvenes, algunos de ellos criollos, sobre la base de un plan mucho más amplio que el trazado por el padre. Quería Ágata organizar una temible banda de pistoleros, contrabandistas y fulleros profesionales, entre los cuales debían entrar un buen número de elementos del trust, que iban a actuar en los hipódromos de esta ciudad (Rosario) y La Plata«.

Pero el único hecho que la misma Ágata Galiffi reconoció fue un espectacular intento de robo a un banco de Tucumán.

Ágata y su pareja Arturo Pláceres viajaron a Tucumán en 1937. Tenían el objetivo de robar el tesoro del Banco de la Provincia de Tucumán y también de blanquear billetes falsos.

«Alquilaron una casa que quedaba atrás del banco porque querían hacer un boquete e intercambiar dinero falso por el verdadero que estaba en la bóveda. Una locura total y así les salió también», contó su yerno muchos años después.

«Todos los detalles habían sido previstos, menos el más importante: el tesoro resultaba inexpugnable, ya que estaba protegido por una losa de cemento y acero que no podía ser vencida por simples herramientas», cuenta en su libro Osvaldo Aguirre.

Pero el plan se frustró por un motivo más mundano. Agustín Fernández, un integrante de la banda, quiso pagar bebidas en un bar con un billete falso y el dueño del boliche lo descubrió y lo denunció. La policía le incautó a Fernández 388 billetes falsos de mil pesos y otros 64 de cien. Cuatro días después se descubrió un túnel que conducía al Banco de la Provincia. La construcción causó asombro. Habían trabajado durante cuatro meses en la construcción y aún faltaba concluirla.

La Gata Galiffi y Arturo el Gallego Pláceres escaparon a Rosario y en una pensión de San Lorenzo al 700 se cruzaron con la policía en un feroz tiroteo, donde murieron dos efectivos y un integrante de la banca, pero la mujer y su pareja lograron escapar. Unos días después, el 23 de mayo de 1939, fue capturada cuando se refugiaba en la casa de una amiga.

Fue condenada a 10 años de prisión. Por falta de una cárcel de mujeres, fue confinada al Hospital de Alienados, recluida en una pequeña celda de un metro por dos, con barrotes recubiertos con alambre tejido. En 1972 declararía a la revista Gente: «Creían que yo era un monstruo, una pantera. Tenían miedo de que me escapara y entonces fabricaron esa jaula. Allí pasé siete años y un mes. Sólo podía hablar con las monjas, que me contaban cosas; llorar y rezar hasta que me dormía. La celda no tenía baño. El único baño lo compartía con las enfermas. Cada vez que iba, tenía que ponerme una especia de túnica y unos grandes zuecos de madera. Pero eso no era lo malo. Lo malo eran los gritos de las enfermas, esos aullidos en la noche».

Cuando recuperó la libertad la Flor de la Mafia volvió a Rosario y realizó algunos trabajos formales, hasta que decidió radicarse en Caucete, donde los Galiffi ya tenían viñedos. La finca se llamaba La viña del Señor.

Ágata Cruz Galiffi vivió la segunda parte de su vida como una señora de buen pasar y se relacionó con familias reconocidas de esa provincia. Un día murió y su leyenda se hizo poderosa.

El siciliano «Chicho Grande»

Juan Galiffi nació en Sicilia, Italia, en 1892, y llegó a la Argentina con 18 años, en 1910. Se radicó en Gálvez y en poco tiempo pasó de operario en una fábrica a ser dueño de una peluquería, de una cantina y de una carpintería.

«Muchas cosas de las que se dicen de don Juan son mentiras. El padre de Ágata no traficaba droga ni mujeres. En esa época ser mafioso era traer habanos importados, whisky y sobre todo estar relacionado con las carreras de caballos», aseguró el yerno de Ágata. También sostuvo que «don Juan era muy amigo del presidente Hipólito Yrigoyen en los años ’30». Dijo que los opositores a Yrigoyen «le hicieron la vida imposible a don Juan, hasta que consiguieron que fuera deportardo a Italia».

Pero para la historia policial Galiffi transformó a Rosario en la Chicago argentina. Prostitución, juego clandestino, extorsiones, crímenes por disputas de poder y secuestros de millonarios dicen que era el juego del siciliano. Se le atribuyeron dos hechos resonantes por aquellos años: el secuestro y muerte del estudiante Abel Ayerza Arning, miembro de una familia acaudalada de origen vasco, y de Silvio Alzogaray, periodista del diario Crítica. Sin embargo, la relación de Chico Grande con esos hechos nunca fue probada por la justicia.

En cambio, Juan Galiffi fue condenado a un año y ocho meses de prisión por falsificación de billetes, y a un año y tres meses por uso de documentos falsos. En 1935 fue finalmente deportado del país y sólo logró un permiso para regresar por un tiempo limitado al país para estar presente en el casamiento de Ágata, su única hija, con el abogado Rolando Lucchini, que era el administrador de los bienes de la familia.

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