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El equipo de Guillermo Barros Schelotto pisó fuerte en la Fortaleza de Lanús. Si las dudas podían hacerse ver a una semana de enfrentar a Libertad, de Paraguay, por la ida de los octavos de final de la Copa Libertadores, el torneo obsesión del plantel xeneize, eso quedó descartado desde el inicio del encuentro. Porque fue en busca de su humilde rival para cocinar su cena bien temprano y empezar a poner la cabeza en lo que más le atrae: volver a ser campeón de América tras 11 años.

Por lo visto esta noche, Boca tiene con qué ilusionarse. Y esta corta sentencia nada tiene que ver con una victoria contundente ante un adversario que incluso se supo más débil en la cancha y casi que no tuvo fuerzas ni convicción para complicar a Boca, como muchas veces sucede en este certamen. Sino más bien por las incorporaciones de jerarquía que sumó (Mauro Zárate, por ejemplo, hizo sentar en el banco de suplentes nada más y nada menos que a Carlos Tevez), los apellidos de peso que protagonizan el once inicial, los hombres que deben su regreso (Fernando Gago y Darío Benedetto) y por el juego que empieza a mostrar, sobre todo, con los de mitad de cancha en adelante. Parece meter miedo.

Alvarado lo sufrió por completo, especialmente en el primer tiempo, en el que los de azul y oro anotaron cuatro goles en 34 minutos. Así es como a los cuatro minutos, los de la Ribera se pusieron en ventaja a través de algo en lo que también tiene motivos y ejecutantes para temer: entre Cardona y Zárate se «pelearán» para ver quién asusta más desde los tiros libres. El primero la colocó en el techo del arco, pero antes Mauro la estrelló contra el travesaño y Lisandro Magallán, atento, llegó para empujarla de cabeza.

Boca fue de figura en figura. Los roles fueron cambiando con los minutos. El ex delantero de Vélez fue el gran conductor del equipo hasta los 25 minutos del primer tiempo, momento en el que filtró la pelota para la corrida de Cristian Pavón, que tiró el centro rasante y encontró la definición fácil de Ramón Ábila: hizo el gol que el Pipa se acostumbró a gritar tiempo atrás. Y a partir de ahí, fue el 7 Bravo el que empezó a guiar a Boca a la goleada: entre el vértigo en el ataque y los incansables esfuerzos en defensa.

Dio ese tipo de muestras a los 28 minutos. Primero relevó a Leonardo Jara, salió del fondo elegantemente y empezó a tomar velocidad hacia la ofensiva, aunque engañó: la jugó al medio para que Pablo Pérez pruebe de media distancia y festeje gracias a la torpe volada del arquero Matías Quinteros, que fue responsable del tercer grito de la parcialidad boquense. El capitán no siquiera tuvo ánimo de celebrarlo, porque además ya estaba todo liquidado.

Sin embargo, el xeneize siguió yendo. Tanto que con una elegante jugada de izquierda a derecha apareció el cuarto a los 34 a través, nuevamente, de Pérez: pisó el área como a Guillermo le gusta y, con un desvío en el camino, aumentó la diferencia.

El complemento mantuvo su tónica. Un Alvarado que solo intentaba emparejar el juego a través del abuso de infracciones, pero ni siquiera así pudo frenar el andar del bicampeón. Agustín Rossi, quien probablemente le deje su puesto al recién llegado Esteban Andrada para el compromiso del miércoles ante los paraguayos, no tuvo demasiado trabajo en el Sur: cortó pocos centros sin peligro.

A los 9 minutos del segundo tiempo apareció el otro zaguero para llegar al quinto: Paolo Goltz se anticipó entre los tantos que estaban en el área marplatense y la empujó de cabeza. El trámite de Boca estaba más que concluido, por eso los Barros Schelotto decidieron cuidar jugadores y hacer los tres cambios en simultáneo: afuera «Wanchope», Wilmar Barrios y Pavón para que ingresen Tevez, Nahitan Nández y Sebastián Villa, aunque en el momento en el que el equipo empezó a desacelerar. Así y todo, ellos también quisieron destacarse: cuando se moría el partido, Carlitos convirtió en gol un penal sobre Villa que cobró Pablo Echevarría, cuarto árbitro del encuentro que le tocó reemplazar al lesionado Darío Herrera en el complemento.

Boca lo ganó desde todos lados. La diferencia fue muy grande: en búsqueda, juego, velocidad, dinámica, precisión, efectividad y seguridad. Guillermo y sus hombres no quisieron ser menos que los otros «grandes» y en la Copa Argentina no tuvieron piedad.

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