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En busca de nuevas experiencias y con la idea de formarse en su carrera de guarda parque, el caucetero José David Cabello armó sus valijas y arribó a Ecuador, pero en un episodio del que se arrepentirá toda su vida, su rumbo tomó otra dirección y terminó pagando las consecuencias a un precio muy alto.

Es que el sanjuanino fue detenido por la policía justo en el momento en que compraba droga, sustancia de la que paradójicamente ya estaba preso, y a partir de ese entonces inició una vivencia cruda y de alto voltaje para su vida. Por tenencia ilegal de drogas, debió cumplir una condena de un año en la prisión de máxima seguridad en Guayaquil y, hoy, con libertad condicional revive la experiencia.

Como si fuera un mal sueño o más bien una película de diversos géneros, el caucetero se encontró en un pabellón rodeado de delincuentes de toda clase del país del que estaba de visita y su estadía no fueron precisamente las vacaciones que esperaba.

«Pasaron 15 días aproximadamente hasta que logré comunicarme con mi familia. Ellos estaban sin saber qué me había sucedido y por lo tanto muy preocupados», contó todavía con vergüenza por el motivo que lo envío hasta allí.

Ante una situación a la que debía hacer frente, recuerda: «La experiencia de estar preso en el extranjero es bastante fuerte, enigmática porque no sabés con qué o con quién te vas a encontrar. Es un país de habla hispana lo que hizo todo un poco más fácil y llevadero».

Un riesgo inminente

Sobre las condiciones del lugar donde permaneció unos 8 meses, Cabello señaló la peligrosidad con la que debió convivir e incluso de recordó un episodio en particular que desnuda el contexto que lo rodeó. «El pabellón no era de los mejores en cuanto al comportamiento así que por ahí los castigos eran para todos y perdía salidas al patio; el riesgo de peleas existía al igual que los intentos de motín», indicó y agregó: «El episodio que más me acuerdo es que un compañero de pabellón fue asesinado por dos reclusos por unas zapatillas. Una locura».

Su relación con el resto de los presos

Con el pesar del tiempo en su espalda y los minutos que se volvían horas producto del angustiante encierro, el sanjuanino encontró escapes en la lectura, en la introspección y en la religión. Sin embargo, donde mayor refugio halló fue en los afectos de quienes menos lo esperaba.

«Con los jefes del pabellón (otros presos) entablé una buena relación y hasta llegué a ser su protegido. Yo fui respetuoso con ellos y me concedieron beneficios como recibir más comida, de poder salir al patio cuando los demás reclusos no podían, fueron pequeños privilegios que hicieron más llevadera la situación», detalló.

Gracias a sus nuevas amistades dentro de la penitenciaría, el sanjuanino pudo obtener un teléfono celular y así comunicarse con su familia en la provincia. «Todavía lo tengo conmigo, fue el canal de comunicación que tenía, fue muy importante. Me parece un poco bobo haberlo guardado, pero es tener presente los errores que cometí y por los que llegué a ese lugar y que estaba en mí revertir la situación», confiesa.

Una historia muy especial

Recordando a quienes le dieron una mano, una voz se resquebraja de la emoción cuando habla de su «mamá del corazón». «La gente de la iglesia me apoyó, como así también la mamá de mi compañero Darío, que me adoptó como si fuera su hijo. Esta familia gentilmente y, desinteresadamente, cuando salí en libertad me fueron a buscar a la prisión y me llevaron a vivir a su casa», contó.

Si bien me tuve que trasladar a otra ciudad por exigencia de la libertad condicional, sigo en contacto con ellos, nos escribimos y siempre voy a tener en mi corazón lo que hicieron por mí.

Una despedida única

Sus últimos minutos dentro del penal quedarán grabados en la retina de sus ojos y en sus sentimientos más profundos. «El día que me iba, el jefe del pabellón me acompañó hasta la puerta,
me llevó abrazado, me dijo que había sido un orgullo para él haber contado con una persona como yo; me dijeron que les había demostrado respeto, cariño, los había tratado bien a todos y por eso un montón de compañeros me despidieron entre abrazos y lagrimas», relató y añadió: «Fue muy fuerte, me había ganado corazones donde menos me lo esperaba, muchos amigos quedaron ahí dentro. No sé si los voy a volver a ver afuera y poder visitarlos cuando cumpla mi condena. Lloré porque se crearon varios lazos afectivos».

El abrazo que anhela

Cabello tiene a su hijo y a su mamá en San Juan, quienes esperan hasta el 12 de agosto para que cumpla con el castigo y pueda retornar a la Argentina para volver a verlos y reencontrarse con ellos. «El abrazo que nos una va a ser especial por todo lo que pasó. Mi mamá que es jubilada y padece de cáncer, al igual que mi hijo Santino de seis años me esperan», dice.

Lo que más extrañó estando preso

Aquello que deseaba y no pudo tener, pues estaba encerrado y sin su vida convencional, fueron las cosas simples, actividades normales que realmente llegó a valorar cuando no lo tenía en su poder. «Lo que más extrañé estando adentro fue a mi familia, claramente, pero también mi club -juego al hockey sobre césped-, mis compañeros de la carrera de guarda parque; extrañé la comida, todas esas cosas que no tenía tiempo de extrañar cuando pensaba que consumir estaba bien y creía que los demás estaban equivocados», reflexionó.

Fuente: tiempo

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