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Se fue al Millonario cuando tenía apenas 10 años. Hoy con 13, es considerado el mejor arquero de su categoría. Su origen en el barrio Felipe Cobas, el apoyo de su familia, la ayuda a su papa en el trabajo rural y su nueva vida en el Monumental.
Septiembre de 2016. Llegan a Caucete los captadores de talentos de River Plate. Cientos de niños de diversas categorías acuden al llamado del Millonario. Y como en un cuento con final feliz, Lisandro Tejada fue uno de los elegidos, uno de los captados, uno de los seleccionados. Apenas lo vieron, le ofrecieron integrarse al mundo riverplantese. Con apenas 10 años, este arquerito surgido en el Club Deportivo Caucete armó las valijas junto a parte de su familia y partió hacia la gran ciudad para comenzar a diagramar su sueño, su futuro y su destino.

Pero antes de hablar de fútbol, Licha como le dicen ahora en Buenos Aires, cuenta cómo le cambió la vida pasar de Caucete al Monumental, sin escalas. “Para mí significa mucho jugar en River. Estoy muy bien allá, me siento muy cómodo”, dice. Y tiene lugar para recordar su niñez, en el campo, ayudando a su papá Alberto en las tareas rurales. “Lo acompañaba a mi papá a cortar uva. Conozco bien la chacra. Es más, ahora estoy ayudándolo en el tomate”, relata sin tapujos el guardameta, que pasó de un parral caucetero a cuidar el arco del máximo campeón del fútbol argentino.

Fue Leopoldo Jacinto Luque uno de los primeros en poner la “mira” de reclutador en las cualidades de Lisandro. El mendocino campeón del mundo con la Selección en 1978, vino a San Juan y en la prueba dio el sí para incorporar a la Banda al pibe Tejada. “Fue River a probar chicos y yo quedé. Ese mismo día hablaron con el intendente, que nos compró los pasajes y pude viajar. Eso fue un sábado y el martes ya estaba viajando”, recuerda emocionado.

Pero claro, la vida en la capital argentina no es fácil para nadie de estas latitudes y mucho más para un niño del interior del interior. Llegar al barrio de Nuñez, instalarse en la pensión, comenzar a cursar en el colegio River Plate, escuchar el zumbido de los aviones que sobrevuelan el estadio a cada rato y viajar todos los días 40 minutos para ir a entrenar a Hurlingham fue la rutina a la que tuvo que acostumbrarse Lisi en Buenos Aires.

Y como si fuera algo predestinado en la vida de un arquero, fue otro campeón del mundo quien se atravesó en su camino para aconsejarlo, darle una voz de aliento en el momento en que más lo necesitó. “Los primeros días extrañé mucho. Quería venirme. Hasta que mi entrenador habló con Luque y él le llamó a Ubaldo ‘Pato’ Fillol. Él me dijo que esté tranquilo, que mi familia iba estar bien, ni sabía quién era ese señor. Después del entrenamiento me dijo mi papá. Yo no podía creerlo”, cuenta.

Pasar de la escuela Isidro Mariano de Zavalla en Caucete al Instituto River Plate, no fue sencillo. Pero Lisandro supo desde un primer momento que esa adaptación iba a ser uno de los obstáculos a sortear. “Con mis compañeros me llevo muy bien, hay de muchas provincias como Chaco, La Rioja, Córdoba, La Pampa. En la pensión somos 95. A veces hay uno que otro roce (risas), pero nos llevamos muy bien, hay mucha disciplina y orden”, afirma.

Su mamá Analía se enorgullece cada vez que habla de su arquero favorito. “A nosotros River nos da todas las facilidades cada vez que queremos estar allá, se han portado muy bien”.

En esta corta trayectoria futbolera, Lisandro va sumando experiencia y campeonatos. También un viaje a Venecia, Italia. O los clásicos contra Boca, especiales. “Hasta ahora jugué tres y gané dos, venimos bien”, asegura orgulloso.

Otro condimento singular en su trajinar diario riverplatense es la de cruzarse en el anillo del Antonio Vespucio Liberti, con las grandes figuras de River. Allí donde transcurre la vida institucional y deportiva del Millonario, el “Bicho”, como lo apodó uno de sus entrenadores, tuvo contacto con Martín Demichelis, Lucas Alario, Rafael Santos Borré, Gonzalo Montiel, Julián Álvarez y Sebastián Driussi. O entrar junto a Germán Lux en un partido de Copa Libertadores.

El “Burrito” Ariel Ortega es otro de los ídolos con lo que el caucetero suele encontrarse en los entrenamientos. “Él nos enseña a patear. Y es una persona con la que uno puede relajarse, pero a la hora de entrenar es serio”, dicen en referencia al jujeño.

El ritmo de juego en el fútbol grande fue una de las cosas que más lo sorprendió. “Se juega con otra intensidad, con más presión, a los toques, muy diferente a cómo es acá”, expresa.

La humildad se desataca en su personalidad. El caucetero es de buena cepa. Los cuidadores de la pensión de River saben que es muy responsable y hasta piensan que tiene más años. Tanto así que no se la cree, va despacio y jamás olvida sus raíces sanjuaninas. “Si algún día tengo que volverme me gustaría jugar en San Martín”, aclara.

Pero por ahora sólo piensa en River. Por eso el sacrificio de él y su familia. “Me levanto a las 6:30, desayuno en la confitería. Tipo 13:30 vuelvo, me cambio y me voy a entrenar hasta las 17. Luego de eso hay clases de apoyo o de inglés y a dormir”, dice Licha.

La familia es el apoyo fundamental. Alberto y Analía acompañan su carrera y la de su hermano Vladimir, arquero verdinegro, que con 15 años ya debutó en inferiores de AFA. “Nosotros estamos muy contentos que ellos estén en dos clubes grandes. Somos de River y de San Martín y Dios nos ha bendecido que ellos sean parte de esas instituciones, lo disfrutamos mucho”, afirma la mamá.

Lisandro es un chico tímido, sereno y de pocas palabras. Aunque cuando elabora una respuesta o frase es contundente. El brillo de sus ojos en cada expresión eterniza sus profundos deseos: “Me gustaría jugar en la Selección y debutar en Primera con River”. Lo dice con mucha seguridad, casi como emulando el sueño de aquel pibe de Villa Fiorito, al que entrevistaron alguna vez en un potrero del sur bonaerense. Ojalá que ese anhelo se transforme en un deslumbrante futuro futbolero, parecido al del ruludo de Fiorito.

Telesoldiario

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