Roberto Joaquín Sánchez era un vendedor ambulante de raza, de los de antes, de esos que con su labia buscaban convencer a cualquiera que el producto que comercializaba era el mejor. Le imprimía una cuota de humor que también llegaba a los transeúntes, a sus potenciales clientes.
Este hombre, que falleció este domingo a los 74 años, no es conocido mucho por su nombre sino por una frase que quedó grabada en la cabeza de muchos: “Lloren chicos, lloren”. La aplicaba cada vez que vendía una golosina o juguete, donde buscaba la complicidad de los más chicos, pero terminaba con una sonrisa de los más grandes.