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El plan del Gobierno «a todo o nada» es ir al déficit cero, es decir, equilibrio fiscal en 2019. Es la última carta que tenía para ofrecer el Gobierno con un solo objetivo: convencer al FMI de que libere USD 29.000 millones en 2019 y permita hacer frente al pago de la deuda.

Se le pide al Fondo que adelante los desembolsos previstos para 2020 y 2021 (en total unos USD 16.000 millones) al año próximo. Esto sería una señal clave para dar certeza sobre la capacidad de pago de la Argentina. Pero nada es gratis. Para conseguirlo, el equipo económico también se ve obligado a adelantar los tiempos para alcanzar la meta de déficit primario. Resumiendo: el Fondo acelera los desembolsos un año antes de lo previsto y a cambio el Gobierno tiene que cumplir con su «ofrenda», es decir, la meta de equilibrio fiscal también un año antes.

Bajar el riesgo país se transformó por el momento en un objetivo secundario. Es decir que la prioridad está puesta ahora casi exclusivamente en convencer al staff del organismo de que esta vez sí será posible cumplir con el objetivo de déficit cero. Los antecedentes no juegan a favor: la última vez que se prometió el equilibrio total de las cuentas públicas para recibir plata del Fondo terminó en default.

El viaje que realizará hoy a la noche el ministro Nicolás Dujovne a Washington procura acelerar los tiempos para que el organismo dé su visto bueno. Lo que está claro es que se va a un nuevo programa con el Fondo, con nuevas metas fiscales y un nuevo ritmo de desembolsos.

Los $280.000 millones que se recaudarán por las retenciones adicionales a las exportaciones serán el corazón del ajuste fiscal. En el resto de las áreas no habrá grandes novedades: recorte mayor de la obra pública, baja de los subsidios a las tarifas públicas y recorte de gastos estatales menores.

Al acelerar la búsqueda de desembolsos del Fondo se envía a su vez un mensaje a los inversores: ya no será necesario buscar el crédito externo para cerrar las cuentas públicas. La Argentina podría seguir durante muchísimos meses con un riesgo país muy alto y aun así evitar el default. No muy distinto a lo que le pasaba al gobierno de Cristina Kirchner, que recurría a las reservas para pagar deuda, por lo que el altísimo costo de financiamiento era un dato secundario.

Pero el viaje a Washington tiene otra «pata», que es la discusión sobre el destino que se les dará a los dólares que desembolse el FMI. Mientras que el staff técnico del organismo quiere que se aplique exclusivamente a pagar deuda,  el presidente del BCRA, Luis Caputo, pide un mayor margen de maniobra para dominar el tipo de cambio, es decir, logrando mayor poder de intervención.

Según la visión que intentará transmitir Caputo, dejar que el dólar siga en aumento por falta de oferta de divisas en el mercado puede resultar extremadamente peligroso. Además, alentaría un proceso inflacionario todavía más importante, impactando en forma negativa en el consumo y en los niveles de pobreza. Pero será un tema que se terminará de dirimir esta semana, entre un Fondo que no quiere seguir financiando la corrida cambiaria y un Banco Central que precisa más recursos para estabilizar al dólar.

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