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Ya está. Por fin… Es el momento de éxtasis en River. El momento de la gloria, de ser el Rey de América. Lo ganó con justicia, con méritos futbolísticos, con el temple, la reacción y la rebeldía futbolera para poder cambiar una película que Boca Juniors le había planteado mal. El campeón sacó pecho, jugó al fútbol y terminó dándose ese gran gusto de ganar su cuarta Libertadores ante el rival eterno, el de siempre, el menos querido. Lo ganó con la justicia de los que se sienten campeones a partir de sus convicciones pero en este merecido y necesario repaso no se pueden ignorar aspectos que llevaron a que la Copa no sea la de siempre. Que esta Libertadores sea recordada como la más polémica, la más comentada, la más cuestionada… Se demoró 30 días para terminar su serie final. Un mes de cabildeos, de reuniones, de postergaciones, de apelaciones, de protestas, de escándalos. La Conmebol fue excesiva protagonista, la violencia y la intolerancia coparon la escena. Nos quedó grande la Copa Libertadores a todo América. Tan grande que Europa, esa que nos mira como «Sudacas’, se llevó el premio mayor de poner en escena un partido con dos hinchadas, con esa fiesta que acá no se consigue. Ese es el dolor que no permite decir que esta última versión del modelo Libertadores con doble final quedará más en el recuerdo, en el inconsciente colectivo como la final más polémica y desteñida de todas. No por lo que propuso River desde el juego, pero que hilvanó un rosario de disparates que arrancaron con listas de buena fe con jugadores que no estaban habilitados, con sanciones exageradas como la de Marcelo Gallardo hasta alcanzar el clímax con el manoseo de la serie final. Postergada primero, suspendida después, con la definición de la «Copa’ viajando por Qatar y Paraguay hasta llegar a España. En ese capítulo, esta Libertadores ya tiene su lugar en el recuerdo. Se fue destiñendo. Se fue degradando.

Pero afortunadamente está la otra cara. La del juego, la del fútbol. La de un legítimo campeón como River que supo abstraerse de esa maraña de polémicas y demás para hacer su fútbol. Para ir de la mano de un tal Marcelo Gallardo que ya dejó de ser «Muñeco». Entró en la leyenda de un coloso como River para marcar desde su coherencia el camino para conquistar su segunda Libertadores como técnico con absoluta justicia. Cerrando un 2018 sensacional en el mano a mano contra Boca, nada menos. Refregándole dos copas en la cara: en marzo en Mendoza por la Supercopa Argentina, y ahora en Madrid. En lo colectivo, la claridad de Gallardo le dio el DNI a un grupo que siempre jugó a lo mismo, con intérpretes convencidos del modelo y con individualidades que se soltaron en el momento justo, en el instante preciso. Pero desde la claridad de Gallardo empezó esta historia. Esta nueva Libertadores, se edificó en la absoluta coherencia entre las tres patas: dirigentes, cuerpo técnico y jugadores.

Fútbol ofensivo, potenciación de individualidades, lectura correcta de partidos, elección oportuna de cambios y muchísima inspiración colectiva fueron los materiales de construcción de este gran River con el sello de Gallardo.

Pero claro, en esta construcción, los materiales cuentan, pesan y le dan esa terminación final que llena la vista. Desde el arco, la sobriedad de Armani fue entregándole esas garantías que cualquier equipo necesita para despegar, para arriesgar, para ir por más. El arquero apareció en toda su dimensión en los momentos justos. Ese fue el primer ladrillo. En el fondo, la zaga Maidana-Pinola terminó resolviendo dudas y a partir de ellos se fue edificando la columna vertebral. Porque metros más adelante, Ponzio se convirtió en el eje para que todos los demás se animen a arriesgar. Y claro, todos sueltos, todos libres pibes como Palacio, Quintero y el Pity Martínez pudieron hacer lo que sentían. River encontró la fórmula y el enlucido final de su enorme construcción lo terminó de encontrar en la potencia de Pratto, en la contundencia de Scocco y en el contagio colectivo de todos que entendieron que el proyecto los incluía. Eso fue este River: un proyecto con todos consustanciados en la cómo y en el con qué. Secreto de gran campeón.

Del otro lado quedó el balance de un Boca que terminó envuelto en dudas, en protestas, en reclamos. Con un futuro incierto. Con más dudas que certezas del lado de Guilllermo que demostró ser piloto de cabotaje pero sin despegue internacional. Le dieron chequera propia para armar un campeón y nunca pudo ponerlo en cancha. Boca ganó porque es Boca. Pasó fases por su mística pero en el juego, jamás convenció. Lo empujó el corazón de tipos como Nández y Pablo Pérez, lo ayudó la contundencia de sus goleadores pero colectivamente y desde lo táctico, el Mellizo quedó pagando. Es el momento de River, ¡salud campeón!

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