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«Mi hija está enojada conmigo, pero ahora sabe la verdad y yo puedo dormir tranquila. Ya sabe que yo jamás la vendí, la di, la regalé o la tiré como le dijeron». Lo dijo entre lágrimas Vanesa Sánchez (39), la mujer que se decidió a ir por todo con el fin de recuperar a esa niña que nació en Caucete el 22 de marzo de 1998 y que días después perdió en una maniobra que recién vino a aclararse ahora: todo indica que la mujer que la acogió porque estaba en la calle, Rosa Agüero, la echó de su casa cuando parió la beba y con la complicidad de dos parientes y del médico Celestino Elías (ayer se negó a declarar), la hicieron pasar por muerta para que Agüero se quede con ella.

Criada en Rivadavia por una mujer viuda que la adoptó de bebé, la vida de Sánchez no fue fácil. A los 16 años quedó embarazada por primera vez. Tuvo a Marcos. Y, como si los problemas que le trajo ese niño fueran pocos, al año siguiente volvió a embarazarse. «Le conté a mi mamá, se quedó con mi hijo y me sacó de mi casa», dijo la ahora instructora de Zumba. Sánchez quedó en la calle. Dormía en plazas o en la Terminal. Y fue una enfermedad la que la condujo a Elías. «Me preguntó cómo estaba y le conté todo», comentó. El médico le hizo de nexo con Rosa Agüero, quien enseguida le permitió a Sánchez quedarse en esa casa, ubicada en el barrio Justo Castro I de Caucete, donde vivían también la hermana y una prima de Agüero (ambas detenidas). «Me recibieron bien, no me puedo quejar», comentó. Pero poco después de dar a luz a Micaela Guadalupe (así la asentó en el Registro Civil) ocurrió algo que la joven no imaginó. Un día la mandaron a buscar trabajo y al volver no la dejaron entrar. «Me dijeron que a mi hija se la habían llevado a Buenos Aires. En ese momento me volví loca», contó. Pero, descreída, Sánchez iba todos los días a insistir, hasta que dos meses después le dijeron que la pequeña había muerto y le mostraron un certificado de defunción.

El juez Rago Gallo ahora tiene que decidir si les concede o no la libertad a los cuatro imputados.

Después de ese duro golpe, Sánchez buscó alivio en el alcohol. Pero no había nada que le quitara las dudas: ella siempre sospechó que Micaela Guadalupe estaba viva. Y ese presentimiento se acentuó en el 2015, cuando caminaba por el centro. «Vi a una señora con una niña. Y no lo dudé, era ella. Era igual a mí. Ahí empecé con la investigación».

Se fue a Caucete y la prima le confesó la verdad, pero le dijo que no molestara. Sánchez contactó a su hija por las redes sociales, pero no fue bien recibida. Igual insistió y denunció.

«Defiende a muerte a su familia y yo la entiendo. Se enojó porque el caso se hizo público. Pero la herida ya está cerrada. Ella ya sabe la verdad», cerró.

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