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Josefina Correa Luque cuenta que se dedicó a cuidar a sus padres y que no olvida al amor imposible que marcó su vida.

Con las uñas pintadas, pelo semirecogido y una gran sonrisa, así se presenta Josefina Correa Luque, la caucetera que nació el 19 de junio de 1917 y quien aún recuerda momentos de su infancia y juventud junto a su familia en La Puntilla.

Josefa, como todos los del Hogar de Ancianos la llaman cariñosamente, reveló los secretos para llegar a hasta los 102 años en las condiciones en las que se encuentra ella. Coqueta y con un léxico agradable, la centenaria asegura que cuando era joven adoraba ir a las fiestas. «Los chicos se turnaban para bailar conmigo», recordó y agregó que se destacaba en tango y vals.

Era la tercera de cuatro hermanos (Asunción, Tomás y Dolores) y la hija mimada de sus padres, ya que hasta el último suspiro estuvo con ellos. «Mi mamá enfermó cuando era pequeña, por eso decidí dejar de lado mis anhelos y quedarme en casa», remarcó.

También aseguró que tenía muchos pretendientes y que su familia quería que se uniera en matrimonio con un hombre del cual no estaba enamorada. «Por eso no me case nunca. Yo tuve un amor imposible y aún lo recuerdo«, dijo un tanto tímida y sin querer revelar el nombre de esa persona.

Recuerda que siempre estuvo a la moda y que por más que estuviera en la casa, su imagen estaba «de punta en blanco». «Yo siempre fui bajita y por eso andaba de tacos. Me hacía los peinados del momento y cuando salió la minifalda, me animé a usarla», dijo riendo con cierta picardía.

Los padres de Josefina, Marcelino Correa y Emilia Luque, eran reconocidos en La Puntilla porque eran inmigrantes españoles que decidieron echar raíces en tierras cauceteras. Luego del fallecimiento de ambos, Josefa se quedó sola y hace 4 años que está en la Residencia para Adultos Mayores.

Dueña de unos ojos celeste profundos y un carácter encantador, actualmente, tiene una leve sordera pero se mantiene activa leyendo libros y escuchando la música que más ama. Por las mañanas, camina con su andador y luego descansa en la silla de ruedas, en el pasillo del Hogar. Su comida preferida es la paella y no puede estar si no tiene las uñas pintadas. Con el paso del tiempo, su memoria se debilita pero su coquetería continúa intacta y renueva a cada instante sus ganas de vivir.

Diario de Cuyo

 

 

 

 

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